En la consulta del cirujano



“A ver. Yo ya lo sé, ¿cómo se lo explico para que me entienda?, se lo he explicado a mucha gente, unos cuantos amigos, un par de doctores, como usted, se lo he explicado y nadie me comprende, vaya, y no es tan difícil de comprender, pero no pueden, quiero decir que no quieren, no les viene bien comprender, porque si me comprendieran, si se permitieran la posibilidad de abrir una puerta en su credo, en su posicionamiento ante la vida, a comprenderme, si se permitieran eso, su vida se, se, se derrumbaría. Flas, hundida. Tendrían que reconstruir todo lo que les sostiene, los cimientos, tendrían que volver a empezar, desde cero, desde que de pequeños sus madres les llevaban al Zara a comprarles la ropa más chuli para ser los más guapos de su escuela y desde que hacían la lista de los reyes magos y elegían los regalos más sofisticados y golosos de todo el catálogo del Corte Inglés, tendrían que empezar desde ahí, y eso es muy cansado, yo entiendo que nadie quiera hacer ese esfuerzo.



Yo lo necesito, por eso estoy aquí, porque lo necesito, pero entiendo que la gente, la mayor parte de la gente, no. Por eso, primero de todo, le pido un poco de paciencia.

Quiero que me permita, sé que tiene la agenda muy apretada, sé que tiene prisa, y sé que su tiempo vale dinero, pero estoy aquí, y estoy pagando, así que le pido, le pido sencillamente un poco de paciencia, y que se permita el lujo de, tal vez, si algo de lo que le explico le es familiar, si alguna de mis palabras le resuena en algún recóndito lugar de sus, de sus, de sus, ya me entiende, de usted, de su usted, si algo le resuena, por favor, quiero decir, no sé, no sé que le estaba diciendo, pero a mi me gustaría que usted me comprendiera, que lo intentara al menos, que no me viera como un personaje, o como un número más, una cita de trabajo, sino como un ser humano, con unos principios y una mirada sobre el mundo, unas emociones y unas circunstancias que me han llevado hasta aquí, hasta esta conclusión. Meditada. Decidida.



Yo ya lo sé. Yo soy guapa. Soy muy guapa. Fisicamente, quiero decir. Desde bien niña. Los hombres, bien pronto, antes de que pudiera plantearme nada sobre el sexo o sobre el deseo, o incluso sobre la belleza, ya se encargaron de hacérmelo saber. Salían a mi acecho con su polla apuntando hacia mi, perdone que sea tan gráfica, pero sabe a qué me refiero, usted lo sabe muy bien, se gana la vida con eso. (pausa) Y no solo los hombres, las mujeres, quiero decir, no es solo, puramente, una cuestión sexual. La belleza, mi belleza, la que yo tengo, ha sido como un carnet V.I.P. que me ha abierto muchísimas puertas desde que me dejé de chupar el dedo. Y yo me he aprovechado. Hombre, por favor, no nos vamos a engañar. No se puede hacer otra cosa. Yo digo que no, y hago, he hecho, toda mi vida, un estandarte de que no soy solo una cara bonita, un cuerpo apetecible, me lo he trabajado, mi carrera, mis estudios, mi educación cultural, mi desarrollo espiritual, mi yoga a cuarenta grados y mis trabajos de voluntariado social, osea, una mujer completa, moderna, no soy la Reina Sofía, no soy un florero. Pero es mentira. Porque soy un florero. Para el mundo es así, haga lo que haga, y yo ¿qué voy a hacer? Saco mi provecho. Mis amantes, mi, mi vida privilegiada, mi vida de flor. Soy una flor. Roja. Olorosa. Tierna. Lo sé. Y dejaré de serlo, pero aún falta mucho. Y más hoy en dia. Las mujeres no envejecen en el siglo veintiuno. Somos jóvenes hasta los cincuenta, y a los cincuenta nos convertimos en viejas de golpe. Pero estoy divagando.



Lo que le quiero decir es que todo esto es externo. Es una carcasa que, en el fondo, se lo digo, joder, me cuesta esto, ¿eh?, yo, yo lo he intentado, he intentado vivir acorde con, con mi apariencia, con las cartas que me ha dado la naturaleza en el reparto, yo… (pausa) Doctor, yo soy frágil. (pausa) Soy muy frágil. (pausa) Miro a la gente, en una fiesta de cumpleaños, en un estreno, en un vernissage, en la boquería, y no les veo tan frágiles, y seguramente sí lo son, seguramente son tan o más frágiles que yo, usted mismo, seguramente, detrás de esa mirada, perdone, de esa mirada inquisitiva, fria, defensiva, y de ese pelo cano orgulloso y de su bata impoluta y su ademán confiado, seguramente usted es un manojo de neurosis como yo, perdone si me mento donde no me llaman. Pero yo ese juego ya no lo quiero jugar. Ya no lo puedo jugar. Lo siento, pero no. (pausa)

Pero lo tengo muy fácil para engañar a los demás. Y la tentación, compréndame bien, la tentación de engañarles, de hacerles creer que soy lo que creen que soy y sacar todo el rendimiento a esa Réné que no es la verdadera Réné, esa tentación es demasiado fuerte, es, es jodido, es así, no puedo renunciar a ella, es que soy frágil, no tengo esa fuerza de voluntad, si fuera fuerte no tendría ese problema, obvio, ¿no? (pausa) ¿Usted me sigue? (pausa larga)



Doctor, yo solo quiero que mi aspecto externo sea coherente conmigo.”

Me quedan 20

"Estoy en la estación de autobuses de Udaipur, rodeado de bocinazos y más bocinazos. Pasa un perro con la señal tan característica de la frente, en color verde.

Creo que estoy empezando a dejarme poseer por el espíritu del viaje.

Esta será mi octava noche. Me quedan veinte.

(...)



Ayer por la noche me encontré a la Canadiense al dirigirme a la puerta de mi habitación en la Guest House. Ella acababa de llegar. Ilusiona encontrar alguien con quien charlar en esas noches solitarias. Y casi siempre hay alguien.

Nos sentamos ante el, medio seco, lago y comí un poco mientras conversábamos.

Hocico con hocico, amigo, todos los que viajamos solos por la India buscamos algo, o bien huimos de algo. La Canadiense, C., es una higienista dental que planea viajar hasta noviembre sola por este país, hasta que se encuentre con su novio con el que se irá a Bali. Tiene veintiocho años y huye de un aborto y el duelo que le causó. De eso hace medio año, aún busca una serenidad que le cure.



(...)

Por la mañana, desayunando con C., teníamos delante dos chicas de Austria que cotorreaban en ese idioma pijo que es universal en todas las lenguas. Se unieron a la conversación; resulta que una de ellas, la más guapa, con cara de niño travieso, pendientes de perla e impostado entusiasmo, había descubierto esa mañana que la habían aceptado en una escuela de arquitectura de interiores en París. La otra, su amiga, le felicitaba con esas muestras de alegría tan clásicas de las teleseries adolescentes norteamericanas. Lo dicho, un par de pijas.

C. las invitó a venir con nosotros al Templo del Monzón. Decidí seguir el hilo, al menos sería más económico así.

Las tres juntas se convirtieron en el epítome del guiri occidental neo-colonialista, arrogantes, agresivas y desconfiadas, discutiendo con los chavales de los Rickshaw, a la defensiva sin ningún tipo de clase.

Yo iba con ellas.


Es curioso, C. parecía una muchacha minimamente sensata, hasta que se mezcló con estas dos y se unió a su raza ciega, sorda y muda.

Juntas se dedicaban a hablar de lo mucho que compraban y lo que ahorraban con una impunidad que me violentaba. Es verdad que todos estamos en el mismo barco, los guiris, los turistas, los "foreigners", pero este grupito hacía una ostentación que me confirmaba que no estamos tan lejos de la época de las colonias y los indios sumisos: "Yes, sahib, yes, sahib."

El rickshaw nos llevó hasta lo alto de la montaña, después de varios rifirafes. Tal vez me lo invento, pero no me costaba adivinar la mirada silenciosa de humillación en los ojos del conductor, a disgusto de tener que tratar con cierto tipo de gente, obligado por cultura y por economía a no responder al "agravio".


El templo del Monzón es un compendio de piedras descuidadas, lo que en su dia fue un palacio suntuoso de marajás es ahora una letrina gigante con una excusa de museo de fotos de animales como coartada. Se adivina el pasado lujoso entre vapores de orín, que es uno de los olores clásicos de este país.

Lo pensé nada más llegar a Udaipur, mirando al lago desde lo que en algún momento debió ser un templo o una fortaleza o algo similar. La construcción humana, las grandes aspiraciones, habían caido por su propio peso, y ahora las plantas, salvajes, dominaban el lugar, vacas escuálidas, insectos, basura, lagartos, y el lago que crecía y decrecía a sus anchas. India, toda ella, es el Jardí Abandonat que Rusiñol buscó toda su vida.

Un policía que había estado observandome un buen rato desde otra torre, indolente, con varios amigos estirados y perezosos, terminó por decirme con amabilidad que yo era not allowed de estar allí, rompiendo mis ensoñaciones. En este país hasta la autoridad militar practica la cortesía.


Volviendo al Palacio del Monzón, desde arriba de todo podía ver como la niebla se apoderaba con parsimonia del verde de Udaipur. Mi mente no quería dejar de entretenerse con estrategias profesionales.

Abajo podía ver un grupo de jóvenes del que destacaba un muchacho de bigote espeso y atuendo parodicamente occidentalizado: Gafas de sol, camiseta de Slayer y móvil de última generación del que sonaba pop negro yanqui. Una rara avis. El único imitador occidental que he visto en este país donde hasta los más jóvenes actuan con respeto y deseo de pertenencia a la comunidad y a sus tradiciones. Los jóvenes me sonreían y miraban a las chicas, tan rubias ellas, tan blancas. Las chicas cuchicheaban y se reían de los muchachos, tan tercermundistas ellos.

En cuanto volvimos al pueblo huí de la "aristocracia" norte-europea y me senté a dibujar el lago y a leer un poco de Veronesi. Esa noche cogí mis dos mochilas e inicie el camino hacia Jaisalmer.

Me senté a escribir en la parada de autobuses. A mi lado, una viajera china solitaria con ese aire de desubicación que tienen todos los viajeros orientales solitarios. Delante mio, unos muchachos y un tipo embriagado que mira fijamente a la turista china como si fuera un coño volador a control remoto.



Un pequeño inciso sobre la muchachada india. Es increible lo tranquilos que son los indios en general, pero los jóvenes parecen de ciencia-ficción: No son presa de ese constante mear el territorio del que el resto de jóvenes del mundo con los que me he encontrado somos tan cautivos. No parecen competir entre ellos con esa compulsividad que tan bien conozco. Se tratan con camaradería, serenidad. Y cuando aparece una chica, las raras veces que eso ocurre, no hacen ningún concurso a ver quien la tiene más grande.

Tal vez me equivoque, pero pudiera ser que esto tenga que ver con el hecho de que saben que su futura esposa(y, por supuesto, serán monógamos(?)) será escogida por sus padres. No tienen ninguna necesidad de venderse ni de luchar entre ellos, esa ansiedad se la ahorran.



Empiezan a llegar más turistas a la estación, la mayoría rostros conocidos. Unos italianos, una de ellas una chica de mirada triste a la que regalé filtros en un roof-top, una pareja de guapos...

Pasa un perro con la señal tan característica en la frente, en color verde.

Esta será mi octava noche. Me quedan veinte."







Las fotos son del colega Quim Hugas. Puedes verlas todas aquí.