A ver, en un principio, Andy Griffith, el prota del peliculote que acabo de mencionar, como yo, como mi hermana, como mi hijo, como el capullo de atrás, como tú, lo único que quiere es ser visto. Luego ya viene toda la posesión infernal del enano fascista que se crece dentro suyo. Esta ciudad, con todo, es preciosa, y es la capital mundial del culto a la individualidad. Aquí todo el mundo se desplaza de un sitio a otro como si estuviera siendo admirado por el resto de la Humanidad. Paradójicamente, es la mejor manera de pasar desapercibido. Si algo aprendí aquí es a vivir la propia individualidad con orgullo, a celebrarla. Pero si en lo más íntimo no te sientes visto, este lugar es insoportable. Con catorce años, ya tenía muy claro que tenía que buscar un lugar fuera del hogar para que me vieran, por eso decidí dejar Manhattan y volverme a Barcelona, porque allí al menos no tenía que convivir con un no-padre que no me veía. En el Raval acabé encontrando, por primera vez en mi vida, un entorno social en el que por fin sentía que se me veía. La gente, cuando no se siente vista, termina por mirarse a sí misma demasiado, para compensar. Por eso vamos como vamos, construyéndonos burbujas que reflejen nuestra imagen.
Por eso recupero este blog, porque sé que un blog, en 2024, no lo va a mirar ni el tato. Pocos actos de libertad com el de escribir para nadie. Escribo más que nunca, ultimamente, pero escribo para ganarme la vida, con el objetivo de construir relatos accesibles y universales (desde mi honestidad más esencial, qué coño, que una cosa no quita la otra) que provoquen emociones y abran puertas de reflexión a un público potencial. O escribo en mi diario páginas de un cuaderno de bitácora sin ninguna intención estética (y mi deforme caligrafía es prueba de ello). Pero escribir como el que canta al aire, buscando la belleza de las palabras, con la intención de seducir a la nada, sin la necesidad de llegar, de interpelar, solo para gozar, eso es algo que echaba de menos. La idea es comprometerme a escribir una entrada por semana. En principio publicarla los jueves. Hoy es jueves (en NY, en Europa es viernes ya, lucky you). Y hoy empiezo mi disciplina semanal con esta entrada.
Mi cicerone Eugene me lleva la iglesia de Times Square, donde en el teatro, por la noche, una performer transexual con alas negras es. Poca cosa más de lo que hace tiene interés, pero su presencia, su estar, ya es suficientemente interesante como para observarla durante media hora. Después de ella, un grupo de latinoamericanos homenajean a Eduardo Galeano y sus Espejos paseando por la sala con la cara pegada a un espejo: Una imagen perfecta, anque no sé si voluntaria, de este culto a la individualidad que podría ser la verdadera religión secreta de Manhattan.
Cuando el espectáculo termina, Eugene y yo nos colamos en la Iglesia, vacía, nocturna, a oscuras. Son solo unos segundos, entre las sombras. Y ahí algo se relaja, pudiera ser que cuando el templo descansa es cuando más cerca está de aparecer lo sagrado.