
Hubo un tiempo en el que, mientras que en Barcelona las responsabilidades y los afectos me iban obligando a dar el paso a la edad adulta, me quedaba un oasis de inmadurez irresponsable siempre que visitaba Madrid. Allí descubría el verdadero sentido de la palabra esperpento, acompañado de socios y socias en la empresa de sacarle la mayor tajada al jamón serrano, sin importarnos si era Navidul o Cinco Jotas.
Dos de esos socios eran Eloi Yebra y Críspulo Cabezas, amigos íntimos desde que hicieron Barrio, unidos más que por su oficio de actores por su amor obsesivo y entregado al Hip Hop y al Dancehall.
Cuando pienso en ellos pienso en síndrome de Diógenes, en palos de billar volando, en vecinos enfadados colándose por las ventanas, iguanas, Playstations, colchones incómodos, llamadas intempestivas, estrenos, famoseo, falta total de glamour... Risas, muchas risas. Y en unas cuantas cosas más que me reprimo más por pudor que por respeto.
Me he ido a dormir escuchando cantar a Eloy y a Pilo para despertarme de nuevo con su música. Y, finalmente, su tenacidad ha dado frutos.
El flow de Eloi ha madurado considerablemente desde que rimaba en Ha llegado el momento de contarte mi secreto, y el estilo jamaicano-aflamencado de Pilo ha tomado forma como una fresa jugosa, en su punto justo, y'all. La ecuación ha necesitado otro entero, La Meka 55 a las bases, para que el número salga redondo.
Yo veo estos videos y de golpe me parece que estoy en un autocar, de camino a Madrid, dispuesto a hacer unos cuantos castings y a pasarme unas cuantas noches entregado al delirio adolescente.
Lo cual puede que haga mañana de nuevo. O pasado.
(el dibujo es del maestro Alfredo Pons, pero eso es otra historia)