Una amistad

Á, setenta años, la historia del penúltimo siglo de Barcelona entre los pliegues de su pellejo, la dentadura como si fuera Bagdad, inmune a la gripe porque -según el- si entra un bicho en su cuerpo el bicho se muere de lo podrido que está, nos explica que si tuvo ocho hijos fue porque a él siempre le gustó el meneo(gesto de follar) y, estando con su mujer, para qué iba a liarse con otra; y porque, y esto es irrefutable, en esa época no había televisión.



Á nos cuenta que le sigue gustando el meneo(gesto de follar), pero le agobia irse con las putas del barrio. Son muy antipáticas, dice. Y además, cuando ya has acabado pretenden echarte de la habitación enseguida.



Á recuerda una amiga que tuvo hace dos o tres años, que venía a su casa, cenaban juntos y también se acostaban. Pero además era ella la que le buscaba las cosquillas a él, no tenía que ir Á detrás de ella. Eso es otra cosa. El meneo(gesto de follar) está bien, dice Á, muy bien. Pero es mejor si además hay una amistad.


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