Desayuna con Sarita (uno)

La punta de una cutre zapatilla SPORTSPORT está a media uña de incrustarse contra la mandíbula de mi viejo and beloved partner y lo único en lo que puedo pensar en este puto momento, me cago en la hostia, es en que lo siento pero no podría sudarme más la polla. Y de paso la mandíbula de mi so much respected main man me lleva a la sonriente y, no tengo por qué negarlo, besable mandíbula de esa chica en silla de ruedas con la que he hecho negocios esta tarde, o quizás fue hace un año, en un bar en La Barceloneta.

Y me despierto con el creck de los dientes de Spike.

Yo llevaba una bolsa golosa de hierba, no muy brillante, pero daba el pego, mi última cosecha de mi jardincillo de interior, y Scratch, el italiano rasta que siempre decía eso de “A mi no gusta chica de Apolo, a mi gusta chica Luz de Gas”, no estaba en Barcelona pero me puso en contacto con ella, con Sarita, atentos al nombre, porque me dijo que hacer tratos con Sarita es como hacer tratos con él, y si es a nivel de precio pues me iba cojonudo, pero como el parecido fuera tener que aguantarle la chapa como le aguanto a él cada vez que tengo que pasar por el cada vez más tocacojones trance por el que me hace pasar cada vez que tengo que verle, pues me cago en la puta porque no sé si es una buena idea, ahora que lo pienso, no sé qué coño hago aquí, haciendo negocios con alguien que hace negocios con el cuervo de Scratch, ¿no?

Pues no. Porque al entrar en el bar suena algo de Ryan Leslie y pasa algo tan curioso como que lo que a priori sería tan de chiste como esos videoclips de, precisamente, Ryan Leslie, en el que se mete en una limusina con un pedazo de pava del quince, a beauty de eses perfectas envuelta en silk lingerie, y sabes lo cutre que en el fondo es escuchar eso y caer en esa trampa babilónica cuando lo único que tienes tú, pobre de ti, es una bici anoréxica a la que algún vecino patea todas las noches en las que eres lo suficientemente perro como para no subirla a dormir contigo en casa, y son esas mentiras, bien lo sabes tú, las que han hecho de Occidente un imperio decadente que se está resquebrajando bajo nuestros pies, pero ese sueño opiáceo, esos mismos cantos de sirena se hacen realidad en el momento en que, sonando esa canción que te digo de Ryan Leslie, from this time on let’s make a deal, I’ll stay true and you’ll keep it real, caminas hacia Sarita, la chica de la que te habló Scratch, a la que no conoces de nada pero a la que ya viste, al entrar, sonriendo y pensando en que, bueno, no sería mala idea que te estuviera sonriendo a ti en vez de a ese viejo sin dientes anoréxico como tu bicicleta que está sentado en la mesa de al lado de Sarita; y es en ese momento, de esqueleto a bicicleta a silla de ruedas en el que descubres que Sarita va en silla de ruedas, don’t be shy ‘bout how you feel, y es preciosa. Don’t be shy, oh, oh. Joder. Es lo que hay. Sí. Vale. Ella es preciosa.

Le paso la bolsa. Me da el dinero. Estamos en un rincón y las tías del bar no nos ven, y cuando nos ven la saludan con complicidad, ya sean la dueña o la curranta. A mí no me sonríe. Me da conversación y yo esquivo la marea como puedo, apenas sé qué estoy diciendo, porque es ella la que me pregunta a mí, pero yo no sé qué respondo, me interesa más el repicar de sus dedos sobre la mesa, siguiendo el ritmo de la música a ras como un bisturí. Podría decirse que su boca está conectada a sus dedos y esta vibra, ey, levemente, casi como la sombra de una vela, al mismo compás. Tac, tac, tic, tac, tic, tac, tac.

Cuento el dinero. Esto es importante. Cuento el dinero.

Y debo irme, aunque no quiera, porque ella no me predica con su ignorancia como Scratch, y ya me gustaría a mi que estuviera tan necesitada de atención como él, que en todos estos escasos minutos ella no me ha sonreído como antes hizo al viejo. Pero, atención, que justo cuando estoy a punto de perder el contacto visual con ella para el resto de mi vida ella me dice que está aquí, en el bar, todo el día, de mañana a tarde, y parece que me regala un pequeño esbozo de lo que podría ser, sí, joder, sí, hostia, sí, creo que sí, de lo que es, hostia, sí, de lo que es su sonrisa.
Una sonrisa con paz, cómoda, agusto. Lo suficiente como para ser generosa. La sonrisa de una mujer que está contenta con lo que tiene y que piensa defenderlo con uñas y dientes.

Y aparto la mirada y quiero creer, sí, ¿no?, tengo ganas de creer que esa ha sido una entrada.

Y un mensaje de móvil pasa totalmente de pantalla en mis pensamientos:

Dnde andas?

Y un número que no está en mi agenda, pero que localizo de memoria. A playboy, if you heard the news, I could be with other fine girl instead of you.

Me pongo los cascos y me hundo en un asiento del metro. Pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up, pull up.

Anochece y yo bajo tierra.


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